Luisa Liliana Gutiérrez Herrera

Contáctanos

(+ 57) 312 462 25 27

Correo Electrónico @

Info@lilianagutierrez.com

Duque y Petro: El duelo de los contrarios

Se han escrito ríos de tinta —y toneladas de bytes— analizando desde todos los espectros ideológicos los resultados de la primera vuelta presidencial en Colombia, periodo 2018-2022. Pero, seamos sinceros: no hubo sorpresa alguna. Lo que pasó era lo previsto, lo anunciado y lo encuestado hasta el cansancio. Iván Duque y Gustavo Petro pasaron a segunda vuelta, tal como lo anticipaban los sondeos y las dinámicas visibles en el escenario político.

El resto de los candidatos parecían más interesados en medir su caudal electoral para mantenerse vigentes en el tablero del próximo cuatrienio, que en disputar seriamente la Presidencia. Era claro que el país le daría la espalda a figuras que encarnan lo más oscuro y cínico de la política tradicional, como Germán Vargas Lleras y César Gaviria. Este último, con su corrosiva conducción del Partido Liberal, le quitó a Humberto de la Calle hasta la posibilidad de competir con dignidad.

Lo de Sergio Fajardo merece un aparte. Su votación encarna esa franja volátil de opinión, cansada de los extremos, que busca alternativas frescas en un centro inasible. Son votos independientes, difíciles de endosar, y aunque muchos de ellos no votarán en segunda vuelta, una buena porción, pragmáticamente, se inclinará por Duque.

Así las cosas, lo más probable es que el 17 de junio Iván Duque Márquez sea elegido presidente. Pero incluso si pierde, Gustavo Petro ya ha ganado: es el gran triunfador de la izquierda colombiana, guste o no.

Ahora bien, lo interesante está en analizar el resultado desde los perfiles personales y políticos de cada uno. Duque es, a todas luces, el político en el lugar exacto y en el momento justo. Su paso por el Senado —aunque breve— fue suficiente para mostrar una figura joven, fresca, con formación académica sólida, capaz de marcar diferencia frente al politiquero promedio cuya principal virtud es el clientelismo electoral. Fue elegido dos veces como mejor senador, lo que revela no solo mérito sino reconocimiento entre sus pares.

Duque no polariza ni hiere. Tiene carisma, serenidad y firmeza. No descalifica a sus contradictores, no busca el aplauso fácil ni el grito incendiario. Su discurso, pausado y estructurado, genera confianza. Y, como ocurre cuando una sociedad se queda sin líderes naturales, apareció él: con equipo y con mentor. Sin Álvaro Uribe, probablemente nadie lo habría conocido. Pero eso no lo invalida. Así funciona la política real, no la de los mesías espontáneos. Basta recordar cómo Pedro Sánchez llegó al poder en España, luego de la caída de Mariano Rajoy.

El gran reto para Duque será gobernar por encima de los intereses de su partido, e incluso del uribismo. Eso es lo que muchos votantes —más allá del Centro Democrático— esperan de él.

En contraste, Petro arrastra su propio lastre: un liderazgo egocéntrico, de tono mesiánico, con un carácter autoritario y beligerante que dejó huella tanto en el Congreso como en la Alcaldía de Bogotá. Su estilo genera desconfianza en amplios sectores de la ciudadanía. Su tránsito de exguerrillero a candidato presidencial, enmarcado en un discurso de socialismo trasnochado y simpatías por dictaduras de izquierda, le pesa como una mochila llena de piedras.

La historia es contundente: las dictaduras, sean de derecha o de izquierda, son nefastas. Pero las de izquierda, con su aura de redención traicionada, pueden ser incluso más siniestras. Stalin y Hitler —cada uno en su orilla ideológica— son recordatorios suficientes. Petro, consciente del rechazo que genera, intenta ahora presentarse como un reformador del capitalismo. Pero ese viraje desconcierta incluso a sus seguidores más fieles. Y eso podría costarle votos frente al resultado que ya obtuvo en primera vuelta.

Duque y Petro encarnan dos formas radicalmente distintas de liderazgo, dos visiones de país, dos generaciones. Representan las alternativas democráticas que Colombia deberá escoger. Y, gane quien gane, el mensaje es claro: el país está girando, con fuerza, hacia una nueva era política.

× ¿Cómo puedo ayudarte?