El filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel —en una de sus obras más criticadas por los marxistas, quienes lo acusaban de justificar la opresión económica mediante el Estado— sostuvo que «el pueblo es aquella parte del Estado que no sabe lo que quiere». Para Hegel, el Estado representa la realización histórica de la libertad del individuo. Hoy, esa concepción no solo conserva valor en la dialéctica académica, sino que se refleja con crudeza en la realidad política y social colombiana.
Un claro ejemplo de ello lo ofrece el resultado de las elecciones del pasado 13 de marzo, que dejó al país dividido entre dos polos que, aunque difusos en sus límites ideológicos, identificamos como izquierda y derecha.
Vale recordar que esta clasificación tiene raíces históricas. Surgió en los albores de la Revolución Francesa de 1789, cuando, en la asamblea de los Estados Generales presidida por Luis XVI —el equivalente a un congreso pleno hoy en día—, los representantes del clero y la nobleza se ubicaron a la derecha del rey, mientras que los delegados del Tercer Estado (burguesía y pueblo llano) lo hicieron a su izquierda. Los primeros defendían la monarquía y el privilegio aristocrático; los segundos, la república y las libertades civiles. Con el tiempo, el término “izquierda” pasó a designar a los sectores liberales más radicales, y “derecha” a los liberales moderados. Luego, corrientes como el socialismo y el anarquismo ampliaron la base de la izquierda, aunque esta conservó un rasgo característico desde su origen: su heterogeneidad y, con ella, una crónica división interna.
En Colombia, esa división se ha evidenciado con claridad, especialmente en torno a la figura de Gustavo Petro, candidato presidencial formado en la izquierda radical. Su trayectoria política está marcada no solo por el debate ideológico, sino también por su pasado en armas como integrante del movimiento guerrillero M-19. Aunque no existen pruebas que lo vinculen directamente con la toma del Palacio de Justicia en 1985 —acción que dejó 66 muertos entre magistrados, empleados y civiles—, su militancia en esa organización, y el posterior indulto que recibió en 1992, hacen parte del relato político que lo ha acompañado. Como paradoja histórica, el ponente del proyecto de indulto fue el entonces senador Álvaro Uribe Vélez.
Petro ha sido un exponente constante de la izquierda colombiana. Militó en el Polo Democrático, del cual se apartó tras agudizar divisiones internas. Más tarde capitalizó ese fraccionamiento para consolidar su liderazgo, y en las elecciones de 2022 incorporó a Francia Márquez como fórmula vicepresidencial, ampliando su caudal electoral con un discurso incluyente. Los resultados del 13 de marzo no sorprendieron: lleva más de una década en campaña, y todo indica que esta será su última oportunidad real para alcanzar la Presidencia.
Sin embargo, hoy Petro no se limita a tomar los postulados de la izquierda. En su afán de alcanzar el poder —y bajo una praxis que recuerda la “combinación de todas las formas de lucha”— ha adoptado prácticas que tradicionalmente se asociaban con la derecha más cuestionada, sin mayor escrúpulo ni pudor ideológico.
Su discurso anticorrupción contrasta con los señalamientos que recibió durante su gestión como alcalde de Bogotá, donde varias decisiones generaron cuestionamientos por presunto detrimento fiscal. Nombró como gerente de su campaña al senador Armando Benedetti, figura polémica, investigada por la Corte Suprema de Justicia y vinculada a presiones contra un exfiscal general. Benedetti ha sido protagonista en los círculos de poder de todas las vertientes políticas y es ampliamente reconocido por su dominio de las maquinarias electorales.
A Petro se le ha visto incitando al elector a vender el voto “pero que se lo den a él”, una contradicción moral propia de la vieja política que tanto critica. Ha hecho alianzas con políticos cuestionados de todas las banderas: Roy Barreras, Piedad Córdoba, Luis Pérez, Juan Fernando Cristo, Luis Fernando Duque, entre otros. Incluso se reunió con César Gaviria, director del Partido Liberal, cuyo talento para la maniobra política generó el repudio de figuras como Ingrid Betancourt.
Y mientras encarna un discurso anticapitalista, celebró su victoria del 13 de marzo en el lujoso hotel Hyatt, propiedad del grupo económico de Luis Carlos Sarmiento Angulo, símbolo del capitalismo más puro. Esa contradicción tiene un valor simbólico evidente: Petro ha derechizado sus prácticas políticas, lo cual genera desconcierto e incoherencia entre electores críticos y responsables. Solo faltaría que invite a Fico Gutiérrez a ser su fórmula vicepresidencial.
Por todo esto, en este escenario político marcado por la polarización, las palabras de Hegel resultan más vigentes que nunca:
¡El pueblo no sabe lo que quiere!