Luisa Liliana Gutiérrez Herrera

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Mi Ídolo de Barro

Hace un lustro, Luis Eduardo Montealegre Lynett concentró mi atención, y la de toda una generación de abogados, por la grandeza de su pensamiento jurídico y por su reconocida inteligencia; sobresalía en las aulas, en sus conferencias y en sus libros. Representante el sueño “colombiano” de cualquier joven con el deseo de ser abogado. Con figura física menudita de aspecto algo monástico y tímido, llegó de Ibagué, a la Capital de la República,

obtuvo de una familia sencilla y honesta, destacado estudiante universitario que a punta de becas y dedicación se ganó el afecto y el respeto de sus profesores, quienes se convirtieron en sus mecenas para impulsarlo a completar su formación académica en Universidades de Alemania y llevar a cabo el cabo de la mano a las más altas posiciones en la estructura de la justicia colombiana; dejándonos una lección:

Sin duda, Eduardo Montealegre ha sido lo más largo de su vida un hombre con sueños de grandeza, visionario y audaz, lo cual es legítimo y necesario para ayudar a transformar una sociedad; la vida le brindó esa oportunidad cuando llegó a ser solicitada Fiscal General de la Nación, el segundo cargo más poderosos del País, luego atravesó una crisis institucional por cuenta de sus predecesores. Con su llegada nos imaginamos a Idóneo fiscal, serio, grande, garantista, defensor de los DDHH de los procesados; sin mácula de ninguna índole, independiente de los intereses políticos y clientelistas, que se desafía en esa Institución en un ejemplo de administración de justicia del sistema penal acusatorio, y que llegaría a ponerlo ajeno de las amenazas estructurales que le han impedido su amenaza a lo largo de dos décadas de operación. La decepción ha sido casi dolorosa. Yo, leí su libro “El proceso penal” escrito con Jaime Bernal Cuéllar, especialmente el extenso tomo II, en su capítulo de detención preventiva; me sorprendí, cuando asistí a algunas audiencias de imputación, de acusación y de juicio, al escuchar que sus fiscales delegados argumentaban todo lo contrario de lo que estaba escrito en su libro, porque estaban convirtiendo la figura procesal de “detención preventiva” en una norma de aplicación general. ¡Qué incoherencia !, especialmente cuando su obra de derecho penal, la ayuda a escribir su Vice Perdomo fiscal, su asesor Camilo Burbano, altos directivos de la Institución; Se derrumba uno al ver que ni ellos tienen lo que ellos mismos habían escrito en su libro para formar las nuevas generaciones de abogados. Lo anterior, en la operación del sistema acusatorio,

De reconocerlo como un académico garantista, se transformó en el fiscal General carcelero más grande de la Nación. Esto se explica, en la cárcel de muchos créditos médicos y envía el mensaje equivocado a la sociedad de la justicia equivalente a un presidio, y de esta manera, además, se presiona a los jueces en su independencia e imparcialidad. Esa imagen menuda, tímida, sencilla y monástica en envoltura de nerd de Montealegre Lynett, fue arrasada por el tsunami protagónico que produjo los medios de comunicación, tan irresistible a la vanidad humana y engrandecida por un cerco de colaboradores voraces de figuración, que aplaudió eufóricos su desmedida codicia de poder. ¡Qué ironía! ese abrumador y envolvente carácter mediático se convirtió en su perdición y explosión de su soberbia, los mismos medios de comunicación que lo adulaban, le cayeron sin miramientos al denunciar unos contratos que suscribió con una columnista de opinión en cuantías millonarias que tienen asombrado al país y que se han calificado como actos de despilfarro y corrupción. El rector Solanilla, que Montealegre nombró para dirigir la “Universidad de la Fiscalía”, ha denunciado a Montealegre como clientelista y poco garantista, dejándolo muy mal parado cuando se ha dicho que: el caprichito de la “universidad” ha sido un monumento al despilfarro.

Así mismo, La prensa en todos sus géneros, la denunciaron sus asesorías en Saludcoop –hoy liquidada por malos manejos- quedando en el ambiente la protección de su defensa como una jugada astuta de dialéctica jurídica, para declarar impedido en los asuntos relacionados con su ex cliente Palacino, con quien compartía, en Villa Valeria –Conjunto residencial de lujo en el Meta construido por Palacino – vecindario de suite y una antigua amistad. Adicionalmente; sus asesorías, antes de ser fiscal, en los negocios de grandes empresarios que han estado ligados a escándalos judiciales, han desgastado en su patrimonio moral y en donde ha pasado con muy bajo perfil.

El Fiscal General de Montealegre es otro, es un hombre sobrio y poderoso al que se le atribuye influencia para decidir sobre la reelección del presidente de la República, magistrados en las altas cortes, Registro Nacional del Estado Civil y otros altos funcionarios; y muy probablemente influirá en la elección de su sucesor, porque él considera que ha sido el guardián jurídico del proceso de paz y supone que su legado debe continuar en el posconflicto. Conviven en mi memoria dos Montealegre Lynett, uno: del que solo queda añoranza y el otro: el que me recuerda la película: “El Abogado del Diablo” y la expresión de Al Pacino, interpretando a John Milton, cuando le dice lapidariamente a Keanu Reeves, quien interpreta al joven abogado Kevin lomax: «La ley, hijo mío, está metida en todas las partes y es el mejor salvoconducto».

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